Por: Javier Millán Gómez
“Cortesía y buen modo de portarse”. Es una de las definiciones que
realiza la Real Academia de la Lengua Española sobre la palabra “Política”.
Y quizá las personas entiendan mejor el concepto de la academia de la
lengua, que la política definida por su ejecución; es decir la política
entendida desde el poder.
La política por naturaleza histórica, refiere al dominio, al control de
los seres humanos. Partiendo de la idea de que la gente necesita ser
controlada, regulada en sus conductas. Por consiguiente, los políticos cuando
intervienen en conflictos humanos sólo reconfiguran el control social.
En una ocasión les pedí a mis alumnos que pensaran en un conflicto
interpersonal donde ellos se vieron involucrados, a su vez, tenían que
pensar en una resolución. Los resultados fueron muy parecidos entre ellos:
-Debo dejarle de hablar- -Tengo que ser más desconfiado- y algunos más
exageraron. -No debo confiar en nadie-.
Todos los resultados parten de una inmediatez superficial; creer que los
problemas humanos son sencillos y que la solución es simple. Al igual que los
políticos, en el pensamiento contemporáneo no se profundiza en las acciones del
ser humano, sus causas y repercusiones; y peor aún, hay una incapacidad de
asumirse a sí mismo como responsable.
Hace algunos días, Donald Trump hizo una declaración que ninguna otra
nación perteneciente al “primer mundo” había hecho pública desde hace
varios años. -Jerusalén es la capital de Israel-.
El territorio de Jerusalén está en disputa, la comunidad palestina e
israelí lo reclaman. Sus significados son poderosos para distintas
religiones; cristiana, musulmana y judía. Grandes estructuras que consolidan
sus creencias se encuentran ahí. El santo sepulcro, el muro de los lamentos y
la cúpula de la roca son algunas de ellas.
El conflicto entre los pueblos radica sustancialmente en causas
histórico-religiosas, reconocer a una comunidad es olvidar a las demás. El
hecho de que Donald Trump haya reconocido a Jerusalén como capital de Israel,
implica un olvido de la comunidad palestina que resulta minoritaria; y el
presidente estadounidense no tiene tiempo para las minorías, quiere
ejercer dominio sumando aliados, simpatizar con la comunidad judía. Donald
Trump configura el control social a partir de una intervención en un conflicto
humano y complejo.
En términos de Johan Galtung, experto en estudios para la paz, resolver
un conflicto significa volverlo trascendente, generando una utilidad entre las
personas involucradas, generar un aprendizaje que nos lleve a la paz, al
reconocimiento de la diferencia y el respeto a sus libertades humanas; respeto
a sus creencias, respeto a sus religiones e intereses.
Las repercusiones de su declaración ya generaron una acentuación del
conflicto, destellos de violencia se han manifestado en la comunidad de
oriente, los palestinos protestan en las calles, se sienten en desventaja.
Mientras tanto, en América, tres mujeres reactivan las denuncias contra
Donald Trump por acoso sexual. El presidente norteamericano sólo espera, sabe
que cualquier mensaje suyo puede volver loco al mundo; y nos recuerda que la
política no resuelve conflictos, sólo los transforma.
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