Por: Javier Millán Gómez
Cada día varios mexicanos salen a trabajar, dan lo mejor de sí, regresan
el dinero adicional del cambio que les dieron en una cuenta de un restaurante,
saben que es dinero que no les pertenece. Proponen ideas para mejorar el
funcionamiento y la productividad de sus trabajos, ayudan lo más que pueden a
las personas de su alrededor. Respetan los pasos peatonales y los señalamientos
de tránsito, aceptan una multa, pagan sus impuestos. Existen mexicanos que
tienen el derecho a exigir. Hacen lo que les toca, sacrifican, trabajan
arduamente, respetan, son honestos; mientras el gobierno los limita,
imposibilita y les vuelve la existencia mucho más difícil.
Ocupar el espacio público para exigir, aumenta el riesgo de ser
reprimido; recurrir a las redes sociales como espacio de catarsis, resulta más
frecuente para denunciar desde el anonimato, una responsabilidad rehuida de
manifestar inconformidad sin dar la cara. Quizá por eso mismo los mensajes en
las redes sociales virtuales pueden resultar más sinceros; expresiones libres,
con groserías y palabras estremecedoras, sin ningún tipo de eufemismo. Se
expresa como se piensa, puede ser incoherente o hasta con faltas de ortografía.
Hace unos días Peña Nieto acusó a las redes sociales virtuales de ser
“irritantes”, de sentenciar y juzgar la gestión del presidente, de no reconocer
los logros ni avances impulsados durante su administración. Al presidente, como
a cualquier político, le molesta que se hable de lo negativo.
Es importante reflexionar si existen aspectos positivos diseñados por el
gobierno federal que han impactado en la vida del mexicano ejemplar; si no es
así, lo negativo es lo único que emerge a la superficie de la opinión pública.
Hablar de lo negativo no debe simpre de sentenciarse, mantiene la permanencia
de la inconformidad constante, del grito frecuente que nos recuerda a los
mexicanos que algo debe cambiar, transformarse y no depende de nosotros,
depende de los políticos.
Para Peña puede resultar irritante hablar de asesinatos, periodistas
muertos, corrupción o aumentos a la gasolina. Para Peña la verdad es otra, pero
la verdad si no es evidente para todos, sólo se vuelve una opinión, un país
donde todo marcha bien o está encaminado al bienestar de todos los mexicanos.
La realidad lo excede, y quizá no alcanza a dimensionar el tamaño de lo
negativo. El presidente mexicano debe atender todo aquello que le irrita,
le quedan pocos meses para eliminar el escozor que probablemente le quita el
sueño. Después no importará, el salpullido generado en redes sociales será
portador del nuevo presidente, quizá sea José Antonio Meade, que pretenda
curarse con miles de planas escritas, cada vez que se equivoque y las redes
sociales le ocasionen picazón.
El Presidente mexicano no sabe ser analista, ni mucho menos crítico, ser
crítico implica una simetría, identificar aspectos positivos y negativos,
aciertos y errores, logro de objetivos y fracasos. La crítica para Peña no
existe. No se atreve a mencionar y responsabilizarse por los fracasos e
ineficiencias dentro de su gestión. La verdad para Peña es sólo una opinión y
le irrita todo aquello que es distinto a su forma positiva de ver la realidad
mexicana.
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