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Los demonios del amor (Parte 2. Los reality shows)


Por: Javier Millán Gómez

Seducción. Un concepto utilizado por Gilles Lipovetsky para referir a la sociedad individualista que se encuentra en un estado constante de búsqueda y de satisfacción propia, pero una satisfacción generalizada que puede no alcanzar. 
La libertad del ser humano se encuentra condicionada, marcar la pauta de las ideas impuestas por alguien más, genera un estado aspiracional. -Quiero ser como lo muestran los medios-. De una forma aparentemente única, pero con el yugo que dicta la sociedad actual, el alcance del placer absoluto.
Rodolfo Leyva, británico experto en medios de comunicación, declaró que los reality shows propician que las audiencias se vuelvan menos empáticas, la acumulación de riquezas, el lujo constante y las clases sociales que acentúan constantemente las diferencias entre los seres humanos, son temas frecuentes en ellos.
De acuerdo con el estudio presentado por el experto de London School of Economics and Political Science , los mensajes materialistas de los medios pueden afectar la percepción y actitudes que se tienen sobre la riqueza y el éxito.
Los mensajes expresados a través de los reality shows constituyen también una forma de manejar las relaciones interpersonales, impregnadas de igual forma en las relaciones amorosas. Hablar de las cosas influye en el pensamiento que se tiene sobre el amor.
Los cuerpos se vuelven objetos, los medios de comunicación son los encargados de elogiar al cuerpo y materializarlo, no por lo que se pueda hacer con el cuerpo o por las capacidades que tengan los seres humanos sobre él. Más bien por el valor del cuerpo como cosa por sí misma; brazos, piernas, espalda, nalgas, abdomen y pechos, deben corresponder a proporciones específicas, los objetos no tendrán ningún valor si no siguen las especificaciones correspondientes.
“Acapulco Shore” o “12 corazones”, son algunos de los programas que vuelven objetos las manifestaciones amorosas; su contenido radica en las expresiones corporales simples: besos, abrazos y relaciones sexuales. No se habla de sensaciones específicas, descripciones, pensamientos, ideas o seres humanos que deciden elegir a quién amar y por qué lo hacen.
Para los medios de comunicación, es imposible amar sin el cuerpo que pueda demostrarlo. Los reality shows atentan contra el valor del sacrificio, de las ideas individuales, de la construcción de nuevas formas de ver la vida, de dos parejas que construyen un camino para lograr un objetivo que se comparte.
Son penes y vaginas, que están aislados de los cuerpos que sienten y piensan, que se han alegrado o decepcionado, que han fracasado y resurgido. -Me gustan tus ojos- pero ¿Qué me provocan que no me ha ocurrido antes? -Me gustan tus piernas- pero ¿Por qué de todo tu cuerpo elijo las piernas? -Me gusta tu forma de pensar- pero ¿En qué es diferente a la mía y por qué te reconozco? -Me gusta que me quieras- pero ¿Qué has hecho tú por mí que nadie más ha logrado y por qué tengo que valorar tu sacrificio? ¿Cómo puedo agradecértelo?
Los reality shows son un atentado contra lo individual-espiritual, en donde también se ve comprometida la percepción del cuerpo femenino, idea que se ha estado reestructurando de manera impresionante por medio de los movimientos feministas que buscan revindicar la imagen de la mujer.
Una mujer que se toma una foto y muestra su cuerpo, puede argumentar que ejerce una libertad, sin embargo, en una sociedad aún masculina, el cuerpo aislado, sigue siendo importante para generar valor, quién no lo muestra no puede ser reconocido o valorado. Los reality shows propician la continuidad de esa forma de pensar.
“No te deseo el mal, con esa cara que tienes es suficiente”. Dice Manelik, integrante de Acapulco Shore que fue recompensada con más de un millón de pesos por su participación en la última temporada del Reality. Los programas que denigran son rentables.


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