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Los demonios del amor. (Parte 1)

Por: Javier Millán Gómez
Muchas veces me cuesta mucho trabajo encontrar un tema que sea el eje de mis escritos, a veces tengo muchos en mente, reflexiones que nunca se han generado o que simplemente quedan olvidadas, para poder llevar a cabo un análisis pertinente siempre busco algo que sea parte de algún tema expuesto en medios, para aprovechar la tendencia y hablar de algo más que política o redes sociales.

El 5 de agosto, el portal El Mundo publicó una crónica titulada “El ciego amor de Elena, la mujer del violador”. Me pareció una nota extraña, muy poco se habla de esos temas.

En síntesis; Elena era una educadora social en una prisión provincial de Santander, España. Ayudaba a los presos, entre ellos a Guillermo Fernández, condenado a 36 años de cárcel por violar a dos mujeres y matar a una de ellas. Elena se enamoró del prisionero, huyeron juntos. “Yo contigo me iría al fin del mundo”, llegó a expresar ella.

Ante la sociedad actual, el amor me parece muchas veces un tema simplificado, poco profundo dentro de la opinión pública. Lo describen en expresiones como “media naranja”, “inexplicable” y los más osados expresan: “no tengo palabras”. Parece que cualquiera puede enamorarse, pero muy pocos son capaces de describir el amor, las implicaciones, su funcionalidad, la capacidad o incapacidad de transformar, de hacer o de imaginar.

Elena era percibida por sus familiares como “una chica seria, responsable y solidaria”, nadie podía creer que se había enamorado de un violador, parece que todo esto cae en el cliché de que cuando el amor llega todo lo demás desaparece. Además de que quienes los sentencian, consideran que el amor debe darse entre similares, profesionistas con profesionistas, criminales con criminales.

La idea trillada de “la media naranja” perdura en nuestra sociedad actual. Para el filósofo argentino Darío Sztajnszajber esa lógica subyace en el reflejo de uno mismo, buscar una mitad que sea exactamente igual a la que yo tengo. La fracción de naranja no puede estar con una media sandía; quizá por eso Raúl Ornelas utiliza esa referencia, para salir de la idea cotidiana de una obsesión hacia una fruta.

El ser humano contemporáneo se regodea en su individualidad, busca algo que se le parezca y condena la diferencia, es incapaz de amar lo que es diferente; no por nada Darío dice que amar la similitud es una forma de amarse a uno mismo, el amor pierde sentido cuando uno mismo resulta el interprete y autor del sentimiento. Además, las parejas actuales dejan de pensar, expresan sus sentimientos con un: “No tengo palabras”, cuando de lo que carecen es de pensamiento, son incapaces de describirse diferente, de aterrizar situaciones, de poner atención a los pequeños detalles circunstanciales que los han encontrado y enamorado.

La entrega hacia lo ajeno, hacia lo que no pertenece, es lo que da un sentido diferente a la vida. “Comencé a amarte tanto, que para amarte más, comencé a amarme menos”, decía una pared en una de las calles de Toluca de Lerdo, sin más, el amor es eso, el abandono a uno mismo, el olvido de las ideas, de los pensamientos y de las emociones propias; cuando hay una traición a lo que juramos nunca hacer.

Elena y Guillermo, conocían sus diferencias, fijaron objetivos, se fugaron y dejaron todo por estar juntos, las mariposas despertaron en sus estómagos, pero fueron capaces de describir y comparar, sabiendo que lo que ellos hacían iba a trascender en el tiempo.

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