Por: Javier Millán Gómez
Hace unos días el diario español “El país”, publicó una entrevista realizada al filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas. Siempre me ha resultado interesante este autor intelectual, aunque la complejidad de sus palabras y el entendimiento absoluto de las mismas, serán constantemente un desafío.
Fue inevitable notar el nacionalismo alemán acentuado en el autor de la “Teoría de la Acción Comunicativa”, parece que todos los habitantes del país teutón son orgullosos de su nación.
-No acabo de decidirme a declararlo y, de hecho, es la primera vez que lo hago, pero en ese sentido sí, soy un patriota alemán, además de un producto de la cultura alemana- menciona Habermas durante la entrevista.
El filósofo también menciona que, para poder existir el nacionalismo, es indispensable construir un relato adecuado, que involucre un sentimiento de pertenencia entre todos los miembros de una nación. En México no existe ese relato único.
No me resultó ajena la entrevista a Habermas, al contrario, mientras la leía me preguntaba constantemente sobre México, trataba de encontrar entre sus declaraciones, alguna explicación sobre el estado actual en el que se encuentra esta nación. Culturalmente algo nos falta, pero también nos condena; hace unos años Habermas mencionó que México es una nación en constante búsqueda de pertenencia y de vínculo con su región, y que la discusión constante nos aproximaría a la respuesta que pretenda resolver la pregunta: ¿Qué es ser mexicano?
He escuchado a muchos mexicanos admirar a otros países, algunos hasta idolatran equipos de fútbol ingleses, españoles o alemanes, atribuyendo tal categoría como “El equipo de mis amores”. Algunos otros idolatran las culturas extranjeras, creen que Hitler consolidó el orgullo alemán, otros reconocen en los ingleses la calidad musical que refleja una cultura superior a la nuestra, y piensan que algo así es necesario que ocurra en México para empezar a ser nacionalistas y bajo esa perspectiva empezarnos a edificar como nación en el ámbito político, económico y social.
Pero México no es un país homogéneo, ni sus características culturales se orientan hacia una sola religión, raza o lengua. Y aún no entienden que México es diverso, los miembros de este país no han aceptado la diversidad como fortaleza; al contrario, sentencian y apuntan las diferencias. Los capitalinos, regios, tapatíos, yucatecos, oaxaqueños. Parece que en México viven muchos méxicos. Pero no, no es aceptable, tiene que existir una visión unificadora que, dé peso a una sola religión, una sola raza y una sola lengua. Porque las pequeñas minorías dispersas en México son pobres y la cultura no les pertenece, la cultura mexicana sólo les pertenece a todos aquellos que ejercen el poder.
Televisa da un espacio a la Virgen de Guadalupe, TV Azteca reserva una hora para hablar de los santos católicos, y el resto de los programas producidos presentan a hombres blancos que hablan español. Lo exótico, lo diverso, lo que le pertenece al pobre, sólo es mencionado en los medios cuando representa una utilidad económica para fomentar el turismo y favorecer a los empresarios. El México folclórico es el que poseen los pobres, pero no será reconocido hasta que sea mencionado por todos aquellos que ejercen el control económico.
Cada vez que reflexionamos sobre esto, resultan más ridículas aún las campañas políticas que no persuaden a nadie, no intentan ni formar nuevas ideas, se vuelven un espectáculo de esa falta de nacionalismo y de esa radiografía cultural mexicana.
Anaya físicamente no parece mexicano, Meade tiene un apellido extraño que no pertenece a la mayoría, no genera identificación, el candidato tricolor es ajeno a la nación hasta en el apellido; López Obrador habla de los pobres, pero no tiene idea de qué significa ser pobre en México, el Bronco es una parodia del mexicano agresivo; y Margarita representa un fenómeno constante, una mujer que quiere trascender y reconocerse en un país controlado por hombres.
México tiene que discutir su identidad, en los cafés, después de las películas en el cine, en los bares, los estadios, los parques, los mercados; tiene que reconocerse diverso, así está constituido y la dimensión de esa diversidad no la tiene ningún otro país en el mundo. Somos únicos.
Hace unos días el diario español “El país”, publicó una entrevista realizada al filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas. Siempre me ha resultado interesante este autor intelectual, aunque la complejidad de sus palabras y el entendimiento absoluto de las mismas, serán constantemente un desafío.
Fue inevitable notar el nacionalismo alemán acentuado en el autor de la “Teoría de la Acción Comunicativa”, parece que todos los habitantes del país teutón son orgullosos de su nación.
-No acabo de decidirme a declararlo y, de hecho, es la primera vez que lo hago, pero en ese sentido sí, soy un patriota alemán, además de un producto de la cultura alemana- menciona Habermas durante la entrevista.
El filósofo también menciona que, para poder existir el nacionalismo, es indispensable construir un relato adecuado, que involucre un sentimiento de pertenencia entre todos los miembros de una nación. En México no existe ese relato único.
No me resultó ajena la entrevista a Habermas, al contrario, mientras la leía me preguntaba constantemente sobre México, trataba de encontrar entre sus declaraciones, alguna explicación sobre el estado actual en el que se encuentra esta nación. Culturalmente algo nos falta, pero también nos condena; hace unos años Habermas mencionó que México es una nación en constante búsqueda de pertenencia y de vínculo con su región, y que la discusión constante nos aproximaría a la respuesta que pretenda resolver la pregunta: ¿Qué es ser mexicano?
He escuchado a muchos mexicanos admirar a otros países, algunos hasta idolatran equipos de fútbol ingleses, españoles o alemanes, atribuyendo tal categoría como “El equipo de mis amores”. Algunos otros idolatran las culturas extranjeras, creen que Hitler consolidó el orgullo alemán, otros reconocen en los ingleses la calidad musical que refleja una cultura superior a la nuestra, y piensan que algo así es necesario que ocurra en México para empezar a ser nacionalistas y bajo esa perspectiva empezarnos a edificar como nación en el ámbito político, económico y social.
Pero México no es un país homogéneo, ni sus características culturales se orientan hacia una sola religión, raza o lengua. Y aún no entienden que México es diverso, los miembros de este país no han aceptado la diversidad como fortaleza; al contrario, sentencian y apuntan las diferencias. Los capitalinos, regios, tapatíos, yucatecos, oaxaqueños. Parece que en México viven muchos méxicos. Pero no, no es aceptable, tiene que existir una visión unificadora que, dé peso a una sola religión, una sola raza y una sola lengua. Porque las pequeñas minorías dispersas en México son pobres y la cultura no les pertenece, la cultura mexicana sólo les pertenece a todos aquellos que ejercen el poder.
Televisa da un espacio a la Virgen de Guadalupe, TV Azteca reserva una hora para hablar de los santos católicos, y el resto de los programas producidos presentan a hombres blancos que hablan español. Lo exótico, lo diverso, lo que le pertenece al pobre, sólo es mencionado en los medios cuando representa una utilidad económica para fomentar el turismo y favorecer a los empresarios. El México folclórico es el que poseen los pobres, pero no será reconocido hasta que sea mencionado por todos aquellos que ejercen el control económico.
Cada vez que reflexionamos sobre esto, resultan más ridículas aún las campañas políticas que no persuaden a nadie, no intentan ni formar nuevas ideas, se vuelven un espectáculo de esa falta de nacionalismo y de esa radiografía cultural mexicana.
Anaya físicamente no parece mexicano, Meade tiene un apellido extraño que no pertenece a la mayoría, no genera identificación, el candidato tricolor es ajeno a la nación hasta en el apellido; López Obrador habla de los pobres, pero no tiene idea de qué significa ser pobre en México, el Bronco es una parodia del mexicano agresivo; y Margarita representa un fenómeno constante, una mujer que quiere trascender y reconocerse en un país controlado por hombres.
México tiene que discutir su identidad, en los cafés, después de las películas en el cine, en los bares, los estadios, los parques, los mercados; tiene que reconocerse diverso, así está constituido y la dimensión de esa diversidad no la tiene ningún otro país en el mundo. Somos únicos.
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