Por: Javier Millán Gómez
El apogeo de las redes sociales, la poca lectura a los medios impresos, la credibilidad en duda que tiene la televisión. Que un líder de opinión logre Influir en estos tiempos, resulta cada vez más complicado. Se emite información desde el anonimato; audios circulan por Whatsapp, buscan prevenir a la ciudadanía de un posible acontecimiento, pero nunca se revela el nombre del emisor. A principios del 2017, un audio llegó a mi teléfono celular, un hombre que se decía miembro del ejército alertaba a las personas, la inconformidad por el aumento a la gasolina llegó a generar tal impacto que las fuerzas armadas ya habían recibido una supuesta orden. Dispersar a la población disidente con el uso de la fuerza, como había “ocurrido en el 68”. El supuesto militar dejó su voz como testigo, sin embargo, se mantuvo en el anonimato al no decir su nombre. No había un responsable de la información. Llamó mi atención que recibí el audio varias veces en grupos de amigos y familiares. - ¿Por qué la gente cree esto? -. Parece que cualquiera puede ser portavoz de la verdad en la era de lo digital. En septiembre de 2016, durante una reunión con familiares, uno de los que se encontraba en la reunión, ponía en duda la investigación de Carmen Aristegui sobre el plagio en la tesis de Enrique Peña Nieto; no hace falta mencionar cuál era la militancia política de ese familiar. Hablábamos sobre el trabajo de la periodista, los párrafos exactos que fueron plagiados y la omisión de las referencias en la bibliografía. -¿Tú ya viste la tesis?- me preguntó. -Hasta no ver, no creer- aseveró. Eso sí, se proclamaba simpatizante del periodismo, aunque no pudo mencionarme a sus tres periodistas favoritos. Los periodistas están en una crisis de credibilidad. Van al lugar de los hechos, entrevistan a involucrados, comparan, analizan, se documentan, construyen y presentan la información, responsabilizándose de ella, firman los textos con su nombre. Aún así, el público se atreve a ponerlos en duda, por un escepticismo infundado, subyacente en lo que se ha visto en redes sociales previamente. No sólo debe comenzarse a instruir en el análisis de la credibilidad, también debe educarse a la población en el conocimiento periodístico, que pueda asimilarse de acuerdo con elementos que otorguen validez a la información, no todo puede ser cierto y tampoco todo puede ser falso. Los periodistas deben entender esta crisis y no comenzar a hacerse de una mala reputación, que ponga en duda su imparcialidad y conocimiento sobre el(los) tema(s). El periodista Carlos Marín no ha entendido esa crisis. La semana pasada el canal mexicano de noticias Milenio, organizó un debate en donde fue participe el precandidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador. De primera instancia se conoció la tendencia de Carlos Marín, no le gusta AMLO para presidente de la república. Y cuando la tendencia es perceptible, el juicio de la persona carece de validez. No importa lo que el candidato de Morena diga, estará mal y deberá ser juzgado. Dejando a un lado el precepto esencial en la actividad periodística, la imparcialidad. Al escuchar la postura de AMLO, Carlos Marín expone su tendencia, llevar la contraria siempre que pueda. Andrés Manuel tiene confianza en el pueblo mexicano, Carlos Marín acusa diciendo que el pueblo se equivoca, que el pueblo también llega a elegir mal, pues fueron las personas las que eligieron a Hitler. El candidato de Morena critica el sistema de salud, Carlos Marín revira la declaración: “Tenemos un sistema de salud envidiable”. El periodista de Milenio se ha vuelto predecible, parcial. No alcanza a generar credibilidad, y lo más preocupante, ridiculiza al sector periodístico de este país. Marín es uno de los pioneros del periodismo mexicano, pero es pretencioso y en su afán de ser un profesional crítico se percibe ridículo. Como la vez que se pronunció en contra de la ley antitabaco en 2009. Carlos, que también es un fumador empedernido, acusó a la ley de ser discriminatoria, propuso irónicamente, prohibir el Diesel que mata a más personas al año que el tabaco. Este periodista juzga, no cuestiona, se ha vuelto una pieza fundamental en el desprestigio de lo político y parece que responde a intereses que no son suyos, intereses que pertenecen a las personas que aún conservan el poder en este país, y eso, genera una reputación negativa no sólo para él, también para el resto de los periodistas en México.
El apogeo de las redes sociales, la poca lectura a los medios impresos, la credibilidad en duda que tiene la televisión. Que un líder de opinión logre Influir en estos tiempos, resulta cada vez más complicado. Se emite información desde el anonimato; audios circulan por Whatsapp, buscan prevenir a la ciudadanía de un posible acontecimiento, pero nunca se revela el nombre del emisor. A principios del 2017, un audio llegó a mi teléfono celular, un hombre que se decía miembro del ejército alertaba a las personas, la inconformidad por el aumento a la gasolina llegó a generar tal impacto que las fuerzas armadas ya habían recibido una supuesta orden. Dispersar a la población disidente con el uso de la fuerza, como había “ocurrido en el 68”. El supuesto militar dejó su voz como testigo, sin embargo, se mantuvo en el anonimato al no decir su nombre. No había un responsable de la información. Llamó mi atención que recibí el audio varias veces en grupos de amigos y familiares. - ¿Por qué la gente cree esto? -. Parece que cualquiera puede ser portavoz de la verdad en la era de lo digital. En septiembre de 2016, durante una reunión con familiares, uno de los que se encontraba en la reunión, ponía en duda la investigación de Carmen Aristegui sobre el plagio en la tesis de Enrique Peña Nieto; no hace falta mencionar cuál era la militancia política de ese familiar. Hablábamos sobre el trabajo de la periodista, los párrafos exactos que fueron plagiados y la omisión de las referencias en la bibliografía. -¿Tú ya viste la tesis?- me preguntó. -Hasta no ver, no creer- aseveró. Eso sí, se proclamaba simpatizante del periodismo, aunque no pudo mencionarme a sus tres periodistas favoritos. Los periodistas están en una crisis de credibilidad. Van al lugar de los hechos, entrevistan a involucrados, comparan, analizan, se documentan, construyen y presentan la información, responsabilizándose de ella, firman los textos con su nombre. Aún así, el público se atreve a ponerlos en duda, por un escepticismo infundado, subyacente en lo que se ha visto en redes sociales previamente. No sólo debe comenzarse a instruir en el análisis de la credibilidad, también debe educarse a la población en el conocimiento periodístico, que pueda asimilarse de acuerdo con elementos que otorguen validez a la información, no todo puede ser cierto y tampoco todo puede ser falso. Los periodistas deben entender esta crisis y no comenzar a hacerse de una mala reputación, que ponga en duda su imparcialidad y conocimiento sobre el(los) tema(s). El periodista Carlos Marín no ha entendido esa crisis. La semana pasada el canal mexicano de noticias Milenio, organizó un debate en donde fue participe el precandidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador. De primera instancia se conoció la tendencia de Carlos Marín, no le gusta AMLO para presidente de la república. Y cuando la tendencia es perceptible, el juicio de la persona carece de validez. No importa lo que el candidato de Morena diga, estará mal y deberá ser juzgado. Dejando a un lado el precepto esencial en la actividad periodística, la imparcialidad. Al escuchar la postura de AMLO, Carlos Marín expone su tendencia, llevar la contraria siempre que pueda. Andrés Manuel tiene confianza en el pueblo mexicano, Carlos Marín acusa diciendo que el pueblo se equivoca, que el pueblo también llega a elegir mal, pues fueron las personas las que eligieron a Hitler. El candidato de Morena critica el sistema de salud, Carlos Marín revira la declaración: “Tenemos un sistema de salud envidiable”. El periodista de Milenio se ha vuelto predecible, parcial. No alcanza a generar credibilidad, y lo más preocupante, ridiculiza al sector periodístico de este país. Marín es uno de los pioneros del periodismo mexicano, pero es pretencioso y en su afán de ser un profesional crítico se percibe ridículo. Como la vez que se pronunció en contra de la ley antitabaco en 2009. Carlos, que también es un fumador empedernido, acusó a la ley de ser discriminatoria, propuso irónicamente, prohibir el Diesel que mata a más personas al año que el tabaco. Este periodista juzga, no cuestiona, se ha vuelto una pieza fundamental en el desprestigio de lo político y parece que responde a intereses que no son suyos, intereses que pertenecen a las personas que aún conservan el poder en este país, y eso, genera una reputación negativa no sólo para él, también para el resto de los periodistas en México.
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