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La función social de la vergüenza

Por: Javier Millán Gómez
Después de la insistencia, decidí mirar un capítulo de Black Mirror, fue el primero. No sé si sea mi desprecio reciente a los nuevos contenidos en las plataformas digitales, pero lo planteado por la serie en Netflix me pareció insuficiente.
Un político que fornica con un cerdo con la finalidad de salvar a una mujer, mientras el acto es exhibido en televisión abierta, es demasiado escandaloso, interesante y reflexivo. Lo primero que me pregunté es si esto puede ocurrir en México. No sólo por el morbo televisivo, sino por la característica humana de sentir vergüenza. Hasta dónde están dispuestos los políticos mexicanos por generar aceptación dentro de la opinión pública. ¿Necesitan que los demás los reconozcan?, ¿Los políticos mexicanos tiene una necesidad de reconocimiento? ¿Sienten vergüenza?
Peña Nieto ya trascendió, está fijo en el tiempo, su rostro saldrá en los libros de historia, y probablemente en las láminas de “Presidentes de México” que los niños de primaria recortarán para pegar en sus libretas. Sí, no cualquiera es presidente de México, a Peña probablemente le resulte suficiente ser recordado de esa manera. Aunque sea el presidente menos popular en la historia del país con 30% de la aprobación de los mexicanos, según señala Consulta Mitofsky en voz de Roy Campos en Agosto de 2017. Ese mismo año en México ocurrieron 42 mil homicidios dolosos de acuerdo con Amnistía Internacional. Los hechos no le favorecen.
Peña Nieto es un presidente despreciado, poco querido, personaje de memes y burlas en internet. ¿Eso lo vuelve un sinvergüenza?
El sociólogo alemán Norbert Elias habla sobre la vergüenza en su obra “El proceso de la civilización”. La vergüenza es un sentimiento aprendido, social. En la antigüedad los seres humanos no conceptualizaban la desnudez de la misma forma que ahora. Estar desnudo en público resulta inmoral, inaceptable por las normas sociales. ¿Qué pensarán los demás?, es la pregunta frecuente que puede detener a alguien en la decisión de hacer o no hacer.
Sobre ese sentido, subyace la exposición de videos en las redes sociales sobre personas con actitudes reprobables. Los títulos de “Lady” y “Lord” son constantes en el bautizo de esos personajes. La ley puede o no sancionar a los individuos que cometen hechos ilícitos, pero el hecho de exponerlos en la Internet, los instala en el escenario de las burlas y las sentencias. Es probable que los individuos expuestos no vuelvan a cometer la misma acción, sentir vergüenza es una función social que ejerce control sobre sus conductas.  
Javier Duarte, la quimioterapia con agua a niños con cáncer en Veracruz, el asesinato a periodistas, el enriquecimiento ilícito. Las evidencias son demasiadas, y el político veracruzano parece incapaz de sentir vergüenza. Sonríe durante su detención en Guatemala. “Me estoy mordiendo un huevo por no decir lo que tengo que decir”, declaró el ex gobernador priista en noviembre pasado.
El político mexicano no siente vergüenza porque para él los hechos aún no son evidentes o le resultan poco importantes. No es lo mismo culparlo de asesino que tener relaciones sexuales con un cerdo, el caso extremo planteado por Black Mirror. 
Los políticos nacionales aún no han tocado fondo, el nivel de vergüenza que pueden tener, debe estar estimulado drásticamente, para que la sociedad ejerza control sobre ellos. El político aún no se ha sentido humillado en la Opinión Publica, aún no queda comprometida su integridad, su espíritu mezquino.
Y quién sabe si pueda llegarlo a experimentar, el político mexicanos es también experto en la simulación, arma teatros, construye escenas para maquillar acontecimientos que lo comprometen. Como lo hizo en su campaña el exgobernador mexiquense Eruviel Ávila en 2011, cuando en varias comunidades lo desconocían, aunque les daban de comer algo a cambio de aplausos. Y eso sigue siendo insuficiente para que el político sienta el desprecio de otros.



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