Por: Javier Millán Gómez
Sali de la sala conmovido, la primera y la segunda vez. Sí,
ya la vi dos veces. No lloré; quizá por la resistencia constante de mostrarse
sensible ante los demás, sensible en un país rodeado de “hijos de puta”. Ahora
que lo pienso, no sería nada extraño haber llorado, muchos lo hicieron de
acuerdo con las publicaciones frecuentes y el bombardeo constante de todos
aquellos que fueron a ver la película “Coco”.
No había escuchado comentarios negativos sobre la película;
sí algunas críticas meticulosas y detallistas, pero no a alguien que la
sentenciara. Hasta que observé un video en YouTube realizado por el actor y
conductor Kristoff Raczynski. Su línea discursiva principal, radica en la falsa
representación que realiza Disney-Pixar sobre los mexicanos, con estereotipos
acentuados en la apariencia física o en las costumbres.
Antes de realizar el análisis de las declaraciones del
conductor; es importante mencionar que lo que ocurre en “Coco”, es una
representación realizada por productores estadounidenses que pretenden
interpretar la cultura mexicana y presentarla a través de imágenes animadas.
Mientras veía la película, constantemente me preguntaba cómo podría cambiar la
interpretación del mexicano sobre la tradición del día de muertos en contraste
con la percepción que realizan un par de ojos extranjeros. Es decir; cómo nos
vemos nosotros, y cómo nos ven ellos. Me detuve y no reflexioné al respecto
tratando de encontrar una respuesta.
En términos sociológicos, siempre resulta más interesante
estudiar un fenómeno social cuando el investigador se distancia del objeto de
estudio. Alguien totalmente ajeno que pueda explicar los sentidos que no le
resultan familiares. El documental “Hecho en México” dirigido por el británico
Duncan Bridgeman, resulta ser tan estupendo al abordar la religiosidad en el
mexicano que nos hace reflexionar.
“Coco” no es la excepción; sí, los estereotipos se
manifiestan, personajes de piel morena, una abuelita que utiliza la chancla
para infringir daño, la música de banda y ranchera, son algunos de los
elementos evidenciados en la parte visual; sin embargo, Pixar también encuentra
en el mexicano a una persona que tiene devoción por la muerte, que la acepta y
no le teme, por lo mismo, se reconcilia con la vida y le da sentido a través
del recuerdo y la música, como ninguna otra persona en el mundo lo hace, la
vida y la música íntimamente relacionadas. ¡Cuántos de nosotros escuchamos una
canción que nos hace viajar un par de años atrás! Los elementos están ahí, y la
película nos desafía a replantearnos como siempre el sentido de ser mexicanos.
Kristoff sentencia severamente, le ocupa decir,
aparentemente, algo diferente al resto de los críticos de cine: “México es más
grande que los clichés con los que NOS representa”, “La película trata de un
niño que vive en un pueblo”, “La representación no es digna, es una
caricaturización de NUESTRAS COSTUMBRES, de NUESTRAS TRADICIONES”.
Destaco en mayúsculas los elementos esenciales que propician
el análisis de sus palabras, me llama la atención que se incluya dentro de la
cultura mexicana, al involucrar el pronombre “Nosotros”. Y más aún, cómo es que
asume su sentido de identidad alguien que nació en Rusia y no lleva por nombre
un “José” y por apellido un “Pérez”. Si Kristoff pretende juzgar desde lo que
se representa en pantalla que le resulta ajeno y distante (en efecto porque es
un hombre blanco), ¿Por qué se asume como mexicano? ¿Qué debería mostrarse en
pantalla que involucre también su identificación y su sentido de pertenencia al
atribuirse como parte de la cultura mexicana? ¿Cuáles son esos elementos que
hacen “más grande a México” que los clichés que representa la película de
Coco?.
A Kristoff la película no le gustó porque se siente ajeno,
diferente a lo que se muestra en pantalla, por eso juzga y se molesta de que la
trama ocurra en un pueblo y no en una gran ciudad. Y no es necesario aclarar lo
que un usuario comentó debajo de su video en YouTube: “Los pueblos sienten más
la cultura y las tradiciones”, y eso es algo que el ritmo ajetreado de la
ciudad va perdiendo, un sentido de la vida que quizá no comparte el conductor
de nombre extranjero.
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