Por: Javier Millán Gómez
Mientras fisgoneaba por Twitter, percibí el nombre de una persona que formaba parte de las tendencias del día: Gonzalo Martínez Corbalá. No tenía ni la más mínima idea sobre él. Busqué su nombre en Google y leí algunas notas de la prensa nacional.
Martínez Corbalá falleció; algunos lo destacaban como
“político ejemplar”, cuando leí que era priista puse en duda el título que
algunas descripciones en la web le adjudicaban. Continuaba leyendo. Gonzalo fue
gobernador de San Luis Potosí, embajador de México en Chile y Cuba. Fue quizá
su puesto como representante en el país sudamericano lo que le otorgó
notoriedad, estuvo presente en el golpe de estado contra el gobierno de
Salvador Allende, brindando protección a cientos de chilenos. Tan destacada fue
su intervención que hace unas cuantas semanas la presidenta Bachelet lo recordó
en uno de sus discursos.
Al terminar de leer sobre el personaje, reflexioné sobre los
políticos y la trascendencia de los mismos, muchos de ellos inmortalizados en
calles, avenidas, escuelas; no dudo que en pocos años Corbalá tendrá grabado su
nombre en algún auditorio o biblioteca, pero ¿Quién vuelve importante a los políticos
que se plasman cosas en sus nombres?. La política es una forma muy particular
de ejercer el poder, y en México los convierte, casi automáticamente en
perversos y terribles, es decir; abusan sin reflexión ni remordimiento, cometen
actos mezquinos que los marcan de por vida y son grabados en la historia a
partir de los hechos tan específicos que cometen. Javier Duarte será recordado
por ser el peor gobernador en la historia de nuestro país, Felipe Calderón por
iniciar una guerra contra el narcotráfico que incrementó la violencia en toda
la nación, y ni hablar de Enrique Peña Nieto, su lucidez nunca ha salido a
flote y quien escuchó su propuesta de realizar tandas para reconstruir a México
después del terremoto, lo sabe.
Todos los seres humanos buscan la trascendencia, adueñarse
de la memoria colectiva para mantenerse en los recuerdos de otros. Y la mayoría
niegan la muerte, tanta es su negación que buscan a toda costa prolongar la
vida, fortaleciendo el beneficio propio a costa de los demás, y este es uno de
los peligros más grandes de la historia humana como habría pensado el filósofo
alemán Arthur Schopenhauer. Los políticos son el ejemplo más claro de ello y el
más terrible, al llenarse los bolsos de dinero que garantizará la prolongación
de su vida, el poder que les permite ejercer control y dominio de todo y todos,
la muerte es precisamente lo que les preocupa más que a nadie.
La muerte, para los políticos no ha sido pensada como parte
de la vida, si así fuera la disfrutarían por lo que por sí misma implica;
dolor, alegría, sufrimiento, amor, decepción, placer, repulsión. Se niegan a
todo lo negativo de la vida. ¿Cuántos políticos han manifestado públicamente
sus sentimientos y malestares existenciales?, así es… ¡Ninguno!, la política
consiste en máscaras y apariencias y a través de ello buscan permanecer en la
historia del país por siempre. “Por siempre”, palabras fuertes que contraponen
una de las ideas más difíciles en la vida del ser humano; “Nunca más”.
Los políticos buscan el “Por siempre” de la manera que sea,
porque sería terrible para ellos el “Nunca más”.
-Por siempre seré recordado como el presidente del empleo-
pensarán ellos.
-Nunca más seré aceptado por la gente-
-Nunca más volveré a casa-
-Nunca más podré enriquecerme ilegalmente-
Cualquiera de las últimas sería terrible para ellos.
Al menos Gonzalo Martínez Corbalá será recordado por su
ayuda a ciudadanos chilenos, no sé por qué clase de ayuda serán recordados los
priistas contemporáneos.
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